Surcando los Pirineos Orientales, el Tren Amarillo de la Cerdanya, conocido en francés como Le Train Jaune, es mucho más que un medio de transporte: es un símbolo del patrimonio ferroviario catalán y francés, y una de las rutas panorámicas más bellas de Europa. Su recorrido, que une las localidades de Villefranche-de-Conflent y Latour-de-Carol, atraviesa más de sesenta kilómetros de paisajes de montaña, valles, bosques y pueblos pintorescos, a lo largo de un trazado que parece suspendido entre el cielo y la tierra.

Viajar en el Tren Amarillo de la Cardanya es una inmersión en la naturaleza pirenaica, una oportunidad para disfrutar de la historia y de paisajes de ensueño

La historia del Tren Amarillo comenzó a principios del siglo XX, cuando se decidió construir una línea que conectara la Cerdanya con el resto de Francia a través de un entorno de difícil acceso. Las obras se iniciaron en 1903 y concluyeron en 1910 con la inauguración del primer tramo. Su color amarillo brillante, inspirado en los tonos de la bandera catalana, se convirtió en su seña de identidad y en un homenaje al sol que ilumina los valles pirenaicos.

Durante su recorrido, el tren atraviesa 19 túneles y 40 puentes, entre ellos dos joyas de la ingeniería: el Puente Gisclard, suspendido a más de 80 metros de altura sobre el río Têt, y el Puente Séjourné, un majestuoso viaducto de piedra. Ambos ofrecen vistas espectaculares y son testimonio del ingenio técnico de principios del siglo pasado.

El tren realiza paradas en algunos de los pueblos más encantadores de la región. Desde la medieval Villefranche-de-Conflent, declarada Patrimonio Mundial por la UNESCO por sus fortificaciones diseñadas por Vauban, asciende hacia Mont-Louis, la ciudad fortificada más alta de Francia. Más adelante, atraviesa Font-Romeu, célebre estación de esquí y destino de montaña, para continuar por Saillagouse, Err, Osséja y otros tranquilos pueblos que conservan la esencia del Pirineo catalán.

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A lo largo del trayecto, el paisaje se transforma con la altitud: bosques de pinos, prados alpinos y cumbres nevadas acompañan el viaje, ofreciendo una experiencia única en cualquier estación del año. En primavera y verano, los campos se llenan de flores; en otoño, los colores dorados tiñen el valle; y en invierno, la nieve convierte la ruta en un auténtico cuento.

Viajar en el Tren Amarillo no es solo un desplazamiento: es un viaje en el tiempo, una inmersión en la naturaleza pirenaica y una oportunidad para contemplar la armonía entre historia, técnica y belleza. Este pequeño tren, que avanza lentamente por las alturas, recuerda que hay caminos donde el destino importa menos que el placer de disfrutar del trayecto.

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