Situada en el corazón de Asia Central, en Uzbekistán, Samarcanda es sinónimo de historia, cultura y esplendor arquitectónico. Fundada hace más de 2.700 años, fue conquistada por Alejandro Magno, gobernada por persas y árabes, y finalmente transformada en una de las joyas de la Ruta de la Seda bajo el mandato de Tamerlán (Timur). Su riqueza cultural y monumental la convirtió en Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 2001.
Visitar Samarcanda es revivir la grandeza de la antigua Ruta de la Seda y maravillarse con una ciudad que ha sido durante siglos cruce de caminos, ideas y civilizaciones
El alma de Samarcanda late en la Plaza Registán, considerada una de las plazas más bellas del mundo. Flanqueada por tres majestuosas madrazas —Ulugh Beg, Sher-Dor y Tillya-Kari— esta plaza era el corazón académico y religioso de la ciudad medieval. Sus fachadas están cubiertas de mosaicos de azulejos en tonos azules y dorados, y sus minaretes y cúpulas reflejan el refinamiento del arte islámico timúrida.
Otro de los grandes tesoros de la ciudad es el Mausoleo de Gur-e Amir, donde yace el gran conquistador Tamerlán. Su cúpula azul turquesa y sus relieves interiores lo convierten en una obra maestra de la arquitectura islámica del siglo XV. Muy cerca, el complejo Shah-i-Zinda, un conjunto de mausoleos y tumbas decoradas con exquisitos mosaicos, ofrece un recorrido espiritual y visual a lo largo de siglos de historia.
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Uno de los personajes más célebres nacidos en Samarcanda fue el astrónomo Ulugh Beg, nieto de Tamerlán. Su observatorio, construido en el siglo XV, fue uno de los más avanzados de su época. Hoy, sus ruinas y museo recuerdan la importancia que tuvo Samarcanda como centro de saber y ciencia.
Pasear por el antiguo bazar Siyob, cercano a la mezquita Bibi-Khanym, es sumergirse en la tradición comercial de la ciudad. En este vibrante mercado se pueden encontrar especias, frutas secas, tejidos, cerámica y el famoso pan redondo uzbeko. La gastronomía samarcandesa incluye delicias como el plov, el lagman (sopa de fideos) y sabrosos shashliks, todo acompañado de aromático té verde.
Samarcanda no es solo una ciudad histórica, sino también un símbolo del encuentro entre culturas. Fue punto de conexión entre China, India, Persia y Europa, lo que enriqueció su arte, su ciencia y su arquitectura. Hoy, al recorrer sus calles, se puede sentir esa mezcla de oriente y occidente, de imperios y caravanas, que le dio su singular identidad.
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